“La CIA le pagaba a los militares para apoyar a narcotraficantes”

En 1978, el agente de la DEA Michael Levine llegó a la Argentina para desempeñar funciones en la Embajada estadounidense. En poco tiempo, sus investigaciones lo llevaron a descubrir los vínculos entre los militares argentinos, financiados por la CIA para apoyar a narcotraficantes anti-izquierdistas en el narcogolpe que tumbó al gobierno de Bolivia en 1980. Esta es la intrincada y paradójica historia de la guerra contra las drogas.

En 1971, el presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, dio un histórico discurso donde anunció el comienzo de la guerra contra las drogas. Dos años después, nació la DEA – Drug Enforcement Administration- como fuerza única para la lucha contra las drogas, nucleando una dispersión de agencias. La particularidad de esta era su capacidad para operar en el exterior, cualidad que hoy en día comparte únicamente con la CIA.

Hacia 1973, Michael Levine ya llevaba años como agente antidrogas, sin embargo, con la fusión de fuerzas, se unió a la DEA. Fue agente encubierto en distintos lugares del mundo, cumpliendo su misión de convencer a narcotraficantes locales de ser un mafioso interesado en comprar droga para llevar a Estados Unidos, y así atraparlos.

Cinco años después, fue enviado a Argentina en plena dictadura militar. El agente publicó su historia en 1993, con el nombre «La gran mentira blanca”. Comienza con un encuentro en un hotel de Buenos Aires con Hugo Hurtado Candia, narcotraficante boliviano. En esa habitación, Levine se hacía pasar por un mafioso cubano, interesado en llevar droga de Bolivia a Florida. En la suite del Hotel Sheraton, Hurtado le manifestó que tenía grandes expectativas en el negocio que comenzaban. Confiado, Hurtado le contó cómo los militares bolivianos estaban planeando un nuevo golpe de Estado, esta vez con el apoyo de narcotraficantes.

En las paredes había micrófonos y policías argentinos escuchaban la conversación. Fue por eso que tras el encuentro, Levine recibió la visita de un grupo de militares. “Lo que dice el boliviano puede ser muy embarazoso para tu gobierno y el mío”, le dijo el líder del grupo, al que hace referencia en el libro bajo el falso nombre de Mario. El informante argentino le explicó que “la gente que él nombró como narcotraficantes es la que nosotros estamos ayudando para librar de izquierdistas a Bolivia”.

“la gente que él nombró como narcotraficantes es la que nosotros estamos ayudando para librar de izquierdistas a Bolivia”.

Levine debió convencer a los militares argentinos de que no mataran a Hurtado, y lo dejaran salir del país para que vuelva con la droga y poder capturarlo. Efectivamente lo que había descubierto el agente era el golpe de Luis García Meza Tejada, apoyado por la CIA, por la dictadura Argentina y por el narcotraficante Roberto Suárez, conocido como el Rey de la Cocaína.

“Los militares argentinos confiaban en mi”

Levine recuerda su llegada a la Argentina como la entrada a “una oscura pesadilla”. Por aquel entonces, él era un convencido agente de la guerra contra las drogas. Un hermano suyo había sido asesinado por un adicto al crack, otro se había suicidado al no aguantar su adicción a la heroína, y por aquel entonces una hija suya empezaba a consumir crack. No dudaba en echarle la culpa de todo eso a los narcotraficantes que buscaba cazar.

Para los agentes de la DEA, la capacidad para el trabajo encubierto se combina con la de conseguir informantes. En el caso de Argentina, la principal fuente de Levine fueron militares y policías, los mismos que llevaban adelante el genocidio desde los Centros Clandestinos de Detención. Al agente antidrogas no le tomó mucho tiempo darse cuenta de lo que sucedía en Argentina, y fue un testigo de primera línea de los acontecimientos.

“Paso a paso me di cuenta que esas personas estaban asesinando a ciudadanos argentinos por motivos políticos, y a la vez trabajaban con nosotros apoyando la guerra contra las drogas”, dijo en comunicación con Radio Futura. “Mi deber fue reclutar informantes, agentes secretos. Reclutaba oficiales del gobierno argentino, que trabajan para nosotros con sueldo, haciendo cualquier cosa que te puedas imaginar por nosotros».

Empecé a vivir con ellos y venían confiando de mi más y más, y pasé mucho tiempo con ellos”, relató . También contó que “Mario venía a menudo a mi casa, y hablaba. Fue parte de mi vida sacarle toda la información posible, mirando pornografía, tomando copas, fue parte de mi trabajo”. Sin embargo, sostuvo que nunca conoció los nombres verídicos de sus informantes, quienes se presentaban ante él con nombres falsos.

El relato del ex agente es escabroso: “cuando empezaron a confiar en mi me invitaron a ir con ellos a aniquilar gente. Un tipo me dice un día ‘Levine, si no te importa vení con nosotros’, cada uno tenía listas de ciudadanos argentinos para desaparecer”.

La CIA pagaba a militares argentinos para apoyar narcotraficantes 

Sin embargo, la mayor sorpresa para él, sería comprobar que la CIA también le pagaba a sus informantes: “En la sede de la embajada de los Estados Unidos, los informantes decían qué oficina iban a visitar, y me di cuenta que los informantes nuestros estaban visitando la CIA y después venían a mí”. Esta información no le habría requerido a Levine mayor atención de no haber sido por el narco-golpe en Bolivia.

Tras el encuentro con el narcotraficante Hugo Hurtado, el agente de la DEA envió a sus superiores toda la información recolectada, y pidió los recursos para capturar al boliviano. Sin embargo, se encontró rápidamente con una tenaz resistencia a que la operación avance, y sus informes no encontraron ninguna respuesta.

Cuando finalmente Hurtado cayó detenido, Mario visitó a Levine una vez más. El militar argentino se negó a entregar el traficante a la DEA, pero le dio una cinta de la sesión de tortura donde confesaba y explicaba cómo se organizaba el golpe en Bolivia, incluyendo la participación de narcos, militares argentinos y la CIA.

La confianza que le generó Levine a Mario y otros militares argentinos, fue el marco donde uno de ellos se tomó el tiempo para explicarle la situación que estaba presenciando: “un día trabajaba con uno de los informantes que era jefe de una división de milicos y me dice, ‘qué pasa con ustedes, ¿no sabe la DEA lo que está haciendo la CIA?, nos está pagando para apoyar los traficantes porque son anti izquierdistas, y la DEA nos está pagándo para tumbarlos’. Los argentinos estaban recibiendo sueldos de ambas partes del gobierno”.

Con esta información, Levine pudo asociar elementos sin explicación alguna. Pocos meses atrás había tenido la posibilidad de atrapar a Roberto Suárez, Rey de la Cocaína, pero no consiguió la autorización de sus superiores. Había pautado una entrega de media tonelada de cocaína, la cantidad más grande de aquel entonces, tan grande que la respuesta de los jefes de la DEA fue que no podía ser. Al pasar a la oficina central el nombre de Suárez y otros traficantes que lo rodeaban, la respuesta volvió a ser contundente: ninguno figuraba en los archivos de la agencia antidrogas. Finalmente la operación pudo desarrollarse con la captura de algunos hombres de segunda línea de Suárez, arrestados en EE.UU. Sin embargo, rápidamente todos los cargos serían levantados y los detenidos liberados.

“Imagina que siendo un agente trabajando de tumbar traficantes, teniendo la oportunidad de tumbar al más grande del mundo, doy con la CIA protegiéndolo, y no sólo eso, sino alentándolo a tumbar el gobierno boliviano”

“Imagina que siendo un agente trabajando de tumbar traficantes, teniendo la oportunidad de tumbar al más grande del mundo, doy con la CIA protegiéndolo, y no sólo eso, sino alentándolo a tumbar el gobierno boliviano”, indicó Levine repasando los hechos casi 40 años después.

Cuando volvió a su casa en Argentina luego de un viaje a Estados Unidos, el agente de la DEA se encontró con la casa revuelta. Sobre la mesa del living había 4 vasos y una botella de Whisky, ubicados justo frente a un equipo de sonido y una caja de cassettes con conversaciones grabadas por el agente estadounidense con narcotraficantes. No duda que de haber estado en su casa podría haber terminado en uno de los centros clandestinos de detención.

El 17 de julio de 1980 se concretó el golpe de García Meza en Bolivia, y desde el gobierno se reorganizó la producción y distribución de cocaína. Desde Argentina Levine siguió recolectando información y enviándola a Washington. Como consecuencia, se inició en su contra una investigación administrativa que continuaría con los años, buscando excusas para una sanción y expulsión de la fuerza. Finalmente el 5 de enero de 1982 Levine fue retirado de la Argentina y enviado a realizar tareas administrativas a la oficina central de la DEA en Estados Unidos. El tiempo le dio la oportunidad de realizar un trabajo encubierto para atrapar al Ministro de Interior de Bolivia, Arce Gómez. Sin embargo, la operación fue boicoteada y acabó en la detención de unos pocos traficantes menores.

Con los años, la fraternidad entre la narcodictadura boliviana y la dictadura Argentina, sería confirmada. El periodista Carlos del Frade relataría ya en el 2000 cómo de la mano de Galtieri se configuró durante la dictadura la ruta 34 como el camino de la cocaína. Sin embargo, las palabras de Levine aportan de primera línea los vínculos entre Estados Unidos y la dictadura Argentina, así como un atisbo a los pocos explorados vínculos entre el narcotráfico y los militares argentinos. El ex agente de la DEA lo sabe, y por eso afirma que“antes de morir quería dedicarme a pone las palabras de lo que pasó”.

Artículo publicado originalmente en Agencia Farco.

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